Maturana, Luhmann y la autopoiesis de la comunicación

Por Aldo Mascareño, Centro de Estudios Públicos.

Una de las cosas que han llamado mi atención luego de la muerte de Humberto Maturana es que mucha gente tenía una historia que contar con él, incluso personas que no son propiamente del ámbito científico. En algunos casos, Maturana había dado una charla en el diplomado de la empresa, otros lo habían encontrado en un aeropuerto, otros lo abordaron caminando por la calle. La constante de esos encuentros, además de lo acogidas que se sentían todas esas personas, es que Maturana conversaba, “lenguajeaba”, como decía él. La comunicación fluía con él, sin mayores esfuerzos, sin estridencias ni oscuridades. Parecía ser autopoiética.

El sociólogo alemán Niklas Luhmann venía desarrollando una renovación profunda de la teoría de sistemas sociales desde la década de 1960, situándola en una intersección explosiva que combinaba sociología, fenomenología, historia de las ideas, cibernética y las nacientes ciencias de la complejidad. Uno de los movimientos más radicales de esta renovación consistió en trasladar el foco de la sociología desde la acción a la comunicación. La acción tenía una presencia universal, en los sistemas físicos y naturales, y también en los sociales. Pero ninguno de esos otros órdenes parecía haber desarrollado un sistema de comunicación tan sofisticado como el que evolutivamente había logrado la sociedad. El concepto de autopoiesis, desarrollado por Maturana y Varela para los sistemas biológicos, le dio a Luhmann la clave definitiva de lo que era específicamente social.

Luhmann conoció el concepto de autopoiesis a inicios de los años ochenta. Desde ahí, nunca lo abandonó. La comunicación se reproduce a sí misma por medio de la interrelación de sus propios componentes, es decir, otras comunicaciones. La comunicación fluye gracias a sí misma, como cuando Maturana conversaba con cualquiera que se le acercara a preguntarle qué era la autopoiesis. Una comunicación genera otra comunicación, es poiética, y a condición de que el entorno de la comunicación exista, es decir, de que exista la biosfera terrestre y sus distintos individuos, la comunicación transita autónomamente por cauces indeterminados: un día le importan las especies en peligro y el cambio climático, otro los contagios pandémicos, y otro las revoluciones y cambios constitucionales. O también puede interesarle todo esto a la vez, para ponerse de acuerdo o para disentir. La comunicación oscila autónomamente como un organismo vivo; no solo es poiética, sino que autopoiética.

A mediados de los años ochenta, Luhmann invitó a Maturana a la Universidad de Bielefeld, Alemania, a dictar un seminario en conjunto. Para Maturana, sin embargo, lo social no pertenecía a la sociología, sino a la vida cotidiana. Esto es cierto. Pero lo que no se puede evitar es que la comunicación, autopoiéticamente, comunique algo distinto de lo que uno cree, aunque la idea haya sido “propia”. En todo caso, Luhmann insistió. Y no solo con el concepto de autopoiesis. Gran parte de su teoría de la sociedad moderna se basa en conceptos de Maturana y Varela, como acoplamiento estructural, clausura operativa o el carácter emergente de la explicación científica. Justamente este último es mi mayor aprendizaje del “maestro” así llamaba Luhmann a Maturana. El fenómeno tiene que recrearse en la explicación científica; la buena explicación es aquella que, en la descripción, nos hace experimentar el fenómeno a explicar. A fin de cuentas, pura autopoiesis de la comunicación.

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